La burocracia/3
Sixto Martínez cumplió el servicio militar en un cuartel
de Sevilla.
En medio del patio de ese cuartel, había un banquito.
Junto al banquito, un soldado hacía guardia. Nadie sab
ía porqué se hacía la guardia del banquito. La guardia
se hacía porque se hacía, noche y día, todas las noches,
todos los días, y de generación en generación los oficiales
transmitían la orden y los soldados obedecían. Nadie
nunca dudó, nadie nunca preguntó. Si así se había hecho,
por algo sería.
Y así siguió siendo hasta que alguien, no sé que general
o coronel, quiso conocer la orden original. Hubo que
revolver a fondo los archivos. Y después de mucho hurgar,
se supo. Hacía treinta y un años, dos meses y cuatro
días, un oficial había mandado montar guardia junto
al banquito, que estaba recién pintado, para que a
nadie se le ocurriera sentarse sobre pintura fresca.
Sucedidios /2
Antaño, don Verídico sembró casas y gentes en tormo al boliche El Resorte para que el boliche no se quedara solo. Este sucedido sucedió, dicen que dicen en el pueblo por él nacido.
Y dicen que dicen que había allí un tesoro, escondido en la casa de un viejito calandraca.
Una vez por mes, el viejito, que estaba en las últimas, se levantaba de la cama y se iba a cobrar la jubilación.
Aprovechando la ausencia, unos ladrones, venidos de Montevideo, le invadieron la casa.
Los ladrones buscaron y rebuscaron el tesoro en cada recoveco. Lo único que encontraron fue un baúl de madera, tapado de cobijas, en un rincón del sótano. El tremendo candado que lo defendía resistió, invicto el ataque de las ganzúas.
Así que se llevaron el baúl. Y cuando por fin consiguieron abrirlo, ya lejos de allí, descubrieron que el baúl estaba lleno de cartas. Eran las cartas de amor que el viejito había recibido todo a lo largo de su larga vida.
Los ladrones iban a quemar las cartas. Se discutió. Finalmente decidieron devolverlas. Y de a una. Una porsemana.
Desde entonces, al mediodía de cada lunes, el viejito se sentaba en la loma. Allá esperaba que apareciera el cartero en el camino. No bien veía asomar el caballo, gordo de alforjas, porentre los árboles, el viejito se echaba a correr. El cartero, que ya sabía, le traía su carta en la mano. Y hasta san Pedro escuchaba los latidos de ese corazón loco de la alegría de recibir palabras de mujer.
Teología/1
El catecismo me enseñó, en la infancia, a hacer el bien por conveniencia
y a no hacer el mal por miedo. Dios me ofrecía castigos y recompensas, me
amenazaba con el infierno y me prometía el cielo; y yo temía y creía.
Han pasado los años. Yo ya no temo ni creo. Y en todo caso, pienso, si
merezco ser asado en la parrilla, a eterno fuego lento, que así sea. Así me
salvaré del purgatorio, que estará lleno de horribles turistas de la clase
media; y al fin y al cabo, se hará justicia.
Sinceramente: merecer, merezco. Nunca he matado a nadie, es verdad, pero
ha sido por falta de coraje o de tiempo, y no por falta de ganas. No voy a misa
los domingos, ni en fiestas de guardar. He codiciado a casi todas las mujeres de
mis prójimos, salvo a las feas, y por tanto he violado, al menos en intención,
la propiedad privada que Dios en persona sacralizó en las tablas de Moisés: No
codiciarás a la mujer de tu prójimo, ni a su toro, ni a su asno... Y por si
fuera poco, con premeditación y alevosía he cometido el acto del amor sin el
noble propósito de reproducir la mano de obra. Yo bien sé que el pecado carnal
está mal visto en el alto cielo; pero sospecho que Dios condena lo que ignora.
La vida profesional/2
Tienen el mismo nombre, el mismo apellido. Ocupan la misma casa y calzan los mismos zapatos. Duermen en la misma almohada, junto a la misma mujer. Cada mañana, el espejo les devuelve la misma cara. Pero él y él no son la misma persona:
-Y yo, ¿qué tengo que ver? -dice él, hablando de él, mientras se encoge de hombros.
-Yo cumplo órdenes -dice, o dice: -Para eso me pagan.
O dice: -Si no lo hago yo, lo hace otro.
Que es como decir: -Yo soy otro.
Ante el odio de la víctima, el verdugo siente estupor y hasta una cierta sensación de injusticia: al fin y al cabo, él es un funcionario, un simple funcionario que cumple su horario y su tarea. Terminada la agotadora jornada de trabajo, el torturador se lava las manos.
Ahmadou Gherab, que peleó por la independencia de Argelia, me lo contó. Ahmadou fue torturado por un oficial francés durante varios meses. Y cada día, a las seis en punto de la tarde, el torturador se secaba el sudor de la frente, desenchufaba la picana eléctrica y guardaba los demás instrumentos de trabajo. Entonces se sentaba junto al torturado y le hablaba de sus problemas familiares y del ascenso que no llega y lo cara que está la vida. El torturador hablaba de su mujer insufrible y del hijo recién nacido, que no lo había dejado pegar un ojo en toda la noche; hablaba contra Orán, esta ciudad de mierda, y contra el hijo de puta del coronel que...
Ahmadou, ensangrentado, temblando de dolor, ardiendo en fiebres, no decía nada.
La vida profesional/3
Los banqueros de la gran banquería del mundo, que practican el terrorismo de dinero, pueden más que los reyes y los mariscales y más que el propio Papa de Roma.
Ellos jamás se ensucian las manos. No matan a nadie, se limitan a aplaudir el espectáculo.
Sus funcionarios, los tecnócratas internacionales, mandan en muchos países: ellos no son presidentes, ni ministros, ni han sido votados en ninguna elección, pero deciden el nivel de los salarios y del gasto público, las inversiones y las desinversiones, los precios, los impuestos, los intereses, los subsidios, la hora de salida del sol y la frescura de las lluvias.
No se ocupan, en cambio, de las cárceles, ni de las cámaras de tormentos, ni de los campos de concentración, ni de los centros de exterminio, aunque en esos lugares ocurren las inevitables consecuencias de sus actos.
Los tecnócratas reivindican el privilegio de la irresponsabilidad:
- Somos neutrales -dicen.
Mapamundi/2
Al sur, la represión. Al norte, la depresión.
No son pocos, los intelectuales del norte que se casan con las revoluciones del sur por el puro placer de enviudar. Prestigiosamente lloran, lloran a cántaros, lloran a mares, la muerte de cada ilusión; y nunca demoran demasiado en descubrir que el socialismo es el camino más largo para llegar del capitalismo al capitalismo.
La moda del norte, moda universal, celebra al arte neutral y aplaude a la víbora que se muerde la cola y la encuentra sabrosa. La cultura y la política se han convertido en artículos de consumo. Los presidentes se eligen por televisión, como los jabones, y los poetas cumplen una función decorativa. No hay más magia que la magia del mercado, ni más héroes que los banqueros.
La democracia es un lujo del norte. Al sur se le permite el espectáculo, que eso no se le niega a nadie. Y a nadie molesta mucho, al fin y al cabo, que la política sea democrática, siempre y cuando la economía no lo sea. Cuando cae el telón, una vez depositados los votos en las urnas, la realidad impone la ley del más fuerte, que es la ley del dinero. Así lo quiere el orden natural de las cosas. En el sur del mundo, enseña el sistema, la violencia y el hambre no pertenecen a la historia, sino a la naturaleza, y la justicia y la libertad han sido condenadas a odiarse entre sí.
Desmemoria/2
El miedo seca la boca, moja las manos y mutila. El miedo de saber nos condena a la ignorancia; el miedo de hacer nos reduce a la impotencia. La dictadura militar, miedo de escuchar, miedo de decir, nos convitió en sordomudos. Ahora la democracia, que tiene miedo de recordar, nos enferma de amnesia; pero no se necesita ser Sigmud Freud para saber que no hay alfombra que pueda ocultar la basura de la memoria.
El miedo
Una mañana, nos regalaron un conejo de Indias. Llegó a casa enjaulado. Al mediodía, le abrí la puerta de la jaula.
Volví a casa al anochecer y lo encontré tal como lo había dejado: jaula adentro, pegado a los barrotes, temblando del susto de la libertad.